Venezuela y el culto infernal al resentimiento

Este artículo revisa el veneno ideológico que ha carcomido el alma venezolana: el victimismo. En una sociedad donde llorar da más rédito que trabajar, y donde el resentimiento ha reemplazado a la responsabilidad. El chavismo y su falsa oposición han construido un poder sostenido en el culto a las víctimas, fudamento esencial de la dialéctica opresor - oprimido. Basado en las ideas de René Girard y la revelación cristiana, se expone cómo el progresismo ha secuestrado la compasión y la ha transformado en una maquinaria de odio, división y control social. Frente a esto, Semper Honor llama a romper con la esclavitud del “todos contra uno”, reivindicar el mérito, la verdad y el orden, y encender la llama de una nueva Venezuela: una donde se honra el mérito, la familia, la fe, la propiedad y la libertad.

LIBERTAD

Jefferson Coronel

4/4/20252 min read

En la Venezuela posmoderna, sumida en la decadencia moral y la anarquía institucional, hacerse la víctima se ha convertido en una virtud. Aquí, donde el régimen criminal y su falsa oposición han reescrito el lenguaje de la mentira, ya no se necesita sufrir una injusticia real para reclamar privilegios. Basta con sentirse víctima. Basta con pertenecer a un grupo “oprimido” —los “pobres”, los “excluidos”, los “históricamente marginados”— para exigir sin producir, reclamar sin merecer, vivir sin trabajar.

Y así, la cultura del victimismo se ha entronizado como la razón de ser del Estado. Alimentada por la demagogia socialista, amplificada por los medios y defendida por intelectuales serviles, ha suplantado los valores que una vez hicieron parte de la venezolanidad: el mérito, la responsabilidad, el sacrificio.

Hoy, en Venezuela, el ciudadano ejemplar no es el que trabaja, crea, arriesga o protege a su familia. No. El “hombre nuevo del Che Guevara” es el que llora frente a una cámara, el que grita en las calles que “el sistema lo oprime”, el que espera que el Estado —ese Leviatán podrido— le resuelva la vida.

¿Y quién ha instalado este delirio colectivo? El Progresismo. El Chavismo. Y su falsa oposición. Todos fieles servidores del mismo principio demoníaco: el deseo mimético. Ese veneno que René Girard describió con precisión quirúrgica. Deseamos lo que otros tienen. Codiciamos lo que no nos pertenece. Y cuando no lo conseguimos, culpamos al “otro”: al empresario, al extranjero, al opositor, al que piensa distinto.

Este deseo frustrado genera escándalos. Escándalos que se convierten en odio colectivo. Hasta que, finalmente, la masa necesita un chivo expiatorio. Un enemigo. Un traidor. Un “escuálido”. Un “burgués”. Un “fascista”. Y entonces, la turba se lanza con rabia unánime sobre quien ose disentir. La justicia queda atrás. La verdad no importa. Lo único que importa es que alguien pague.

Así ha funcionado el chavismo por más de dos décadas. Alimentando el resentimiento, destruyendo al disidente, sacrificando al inocente. Pero no es nuevo. Es el mecanismo satánico del “todos contra uno”, camuflado como justicia social. Es la misma estrategia de Satanás: inflamar el deseo, sembrar el escándalo, ofrecer una solución violenta... y repetir el ciclo.

El victimismo ha logrado algo aún más siniestro: secuestrar incluso el discurso cristiano. Recordemos a Hugo Chávez diciendo que Jesucristo es socialista.

Hoy, los mismos que queman iglesias, promueven el aborto y celebran la ideología de género, se atreven a señalar al cristianismo como “opresor”. Se hacen pasar por los verdaderos defensores de las víctimas. ¡Hipócritas! Son los nuevos fariseos con iPhone y pancarta arcoíris.

Pero no nos engañemos. Esta batalla ya fue peleada —y ganada— en el Gólgota. Cristo, la única víctima verdaderamente inocente, desmanteló para siempre el mecanismo del chivo expiatorio. Desenmascaró a Satanás. Y con su vida, enseñó que no hay redención en el odio ni dignidad en la queja. La redención exige verdad, sacrificio, y obediencia al orden natural de Dios.

Por eso nosotros, Semper Honor, no se arrodilla ante las víctimas falsas ni repite los mantras de la corrección política. No busca compasión. Busca asumir de una vez por todas nuestra responsabilidad como venezolanos en este caos socialista.

La Venezuela que queremos no es la de las cuotas, las ayudas, ni las excusas. Es la de los hombres dispuestos a cargar su cruz, defender su familia y reconstruir su nación con el sudor de su frente y la espada de la verdad en la mano.